Estas salinas que datan del siglo XVII, las localizamos en el municipio de Vilaboa, frente a la Isla de San Simón y, aunque actualmente no funcionan como tales, forman parte de un conjunto natural de gran interés etnográfico ya que constituyen un lugar de referencia para el paseo y la observación de la avifauna.
Acceder a las salinas es sencillo, pues están bien señalizadas y hay un aparcamiento. Desde la carretera nacional PO-554 a su paso por Vilaboa en dirección a al cruce con la PO-550 que lleva a Pontevedra, una señal advierte del giro a la derecha
La ría muere en esta zona de manera tranquila gracias a un dique construido con mampostería de granito que sirve de contención para el agua. Está provisto de pequeñas compuertas para el agua de la pleamar que alimentaba con su fuerza los rodicios de uno de los pocos molinos de mareas existentes en Galicia.
A mano derecha, un sendero parte la salina en dos áreas: un vaso que contiene el avance del mar; otro que hoy es junquera y lugar de recreo de aves y anfibios.
Para obtener sal se utilizaba el método de desecación solar que hacía cristalizar la sal contenida en el agua sobre la superficie. Después esta era recogida y elaborada para su uso.
Al otro lado, un camino se abre a la derecha internándose en el bosque y que nos conducirá hasta las ruinas de las edificaciones de una gran granja que servía como vivienda de los terratenientes y trabajadores de la sal.
La expulsión de los jesuitas en el año 1767 que iniciaron su explotación y más adelante lucharon por el mantenimiento de las salinas, unido a la aparición de las latas de conservas que mantenían mejor y por más tiempo los productos, acabaron con la actividad de las salinas.
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